
Ahora mismo claramente, me voy a centrar en un tema amable, que no tenga nada que ver con ese punto en el que la Historia se cruza con esta época que (te lo aseguro) puede ser un poco insoportable, cansado y enojoso. De esta forma, trataremos de estudiar algo servible desde una curiosidad donde ya vas a haber reparado, al pasar por enfrente de una barbería o peluquería.
Hablamos de la Historia, del interesante aparato que tienen esas tiendas colocado en su fachada. El llamado poste de barbero. Un cilindro blanco que da vueltas (aparentemente sin fin) moviendo alrededor de él. Una de color rojo y otra de color azul. Sospecho que, todavía en estos momentos donde Internet difunde rumor tras rumor, anécdota tras anécdota, esa curiosa historia es bastante desconocida para la curiosidad de una parte importante de la red social lectora.
Vamos a intentar remediarlo y, ya de paso, a intentar poner algo de valor añadido a las respuestas, que a ese respecto logren ofrecer en foros y comentarios.
El tubo blanco con las rayas roja y azul alrededor de él es, de todos modos, un producto de la segunda revolución industrial. Oséa, la que se otorga en la segunda mitad del siglo XIX, cuando la electricidad comienza a realizarse y vulgarizarse. Sobre todo, porque artefactos como los que observamos hoy en las barberías y peluquerías, dando hipnóticas vueltas, sólo son posibles tras la construcción de motores eléctricos.
Antes de eso, lo que había en las barberías era únicamente un palo blanco con dos cintas, una roja y una azul, enrolladas alrededor de él. ¿Qué pretendía decir eso?. Pues simplemente que en ese establecimiento se sangraba a la gente. En sentido así, no figurado. La operación se hacía sentando al entusiasmado o interesada, subiéndole la manga de su ropaje y haciéndole sujetar con la mano un palo como el que se veía a la entrada del establecimiento con las cintas roja y azul enroscadas.
Hoy día, podemos localizar una peluquería o bien barbería, por el poste de barbero en su fachada.
Con eso las venas primordiales del brazo se hacían visibles y el barbero abría una de ellas con una lanceta (una clase de reducido bisturí chato y apuntado). Abierta la vena el sangrado, o sangrada, apretaba el palo y dejaba que la sangre corriera por su brazo desnudo hasta un envase colocado ahí para ese efecto. La operación se mantenía hasta que el cirujano creía, que sus usuarios perdieron la proporción de sangre suficiente para purgar alguno de los tumores malvados que se acumulaban en la sangre. Entre otras cosas la llamada “flegma” o flema, o el humor negro. Más popular por su nombre en griego: melancolía.
Ese es, el origen de esos hipnóticos artefactos que, todavía actualmente, observamos en la fachada de las peluquerías o barberías recientes. ¿Por qué era primordial sostener determinada cosa ahí para argumentar de forma esquemática, sin expresiones, lo que se hacía en esos establecimientos?.
Es muy sencillo: la mayor parte de Europa en la etapa en que era recurrente esa costumbre, de sacarse sangre para purgar supuestas patologías, como la melancolía, no sabían leer, y aunque en el letrero de la tienda pusiera “Barbero-cirujano”, para ellos aquello no quería decir nada. A menos que puedan ver el palo con ámbas cintas, roja y azul, lo que hoy es un poste de barbero.
De ahí, vienen además las fabulosas enseñas de los establecimientos de bebida que todavía conservan actualmente los pubs británicos, donde se dejaba bien claro para los analfabetos recién llegados a una localidad, dónde estaban los barberos sangradores, dónde los comerciantes de té, dónde los dispensadores de cerveza, etc…
Esa era la época donde un experto educado en la Facultad, el maestro cirujano, popular además como sangrador, flebotomático, que también ejercía de barbero…, debía pasar duros exámenes (por ejemplo frente el Protomedicato de Madrid) para abrir una de esas tiendas donde colgaban un palo con dos cintas, una roja y otra azul. La costumbre de sangrar se extendió un largo tiempo.